Ante mi colegio, yo me detuve y reviví las tristezas y las alegrías que marcaron mi vida. Hay un recuerdo que no he olvidado y parece no separarse de mí.
Esa tarde acompañamos a papá y mamá al bazar. Cuando llegamos fuimos a la sección de zapatería. Quedé muy asombrada, observando unos zapatos charoles que destacaban entre los demás. ¡Qué negros y lindos eran!, ¡Y como brillaban!
En esta ocasión, solo compraríamos zapatillas ¡Qué desilusión! En mi mente guardé el brillo de los zapatos e imagine como se verían con mi vestido y unos lazos en mi cabello. Cuando llegamos a casa, ya había anochecido. Por eso cenamos ligero y con esa ilusión me fui a dormir.
Al día siguiente debía ir al colegio, el uniforme plomo y los zapatos negros no me gustaban. Es que no podía caminar como lo hacían los demás. Mis zapatos comparados con los otros eran feos. Sé que me ayudaban, pero me hacían sentir mal.
El patio de primaria era enorme. Aunque yo no podía correr, porque me cansaba. Mi grupo lo formábamos Katy, Lulú y yo. Con ella paseábamos en el recreo o a veces traíamos nuestras muñecas y en un rinconcito jugábamos tranquilas, sin el barullo ni los juegos de otros niños.
En la clase de Educación Física, empezaba mi tortura. Mis pies me quemaban y dolían. Además, le tenía miedo al taburete. Pero, mis compañeras me alentaban a seguir con sus ojos, brazos y palabras: Ojo, pestaña y ceja; Cintia no se deja.
Al llegar a casa, mamá nos recibía cariñosa y preguntaba cómo nos había ido. Y después almorzamos junto a mis hermanos, excepto papá que a esas horas seguía trabajando. Ella era nuestra gran amiga, le contamos las travesuras que ocurrían en la clase y cuando alguien nos había fastidiado. Así que nos abrazaba muy fuerte cuando nos sentíamos mal. Nosotros la llenábamos de besos. Ese día nos tenía una sorpresa. Espero a que termináramos de comer y dijo: Hoy vamos a ir comprar zapatos.
Todos saltamos, nos levantamos como resortes y nos acurrucamos a su lado. Y fuimos a cambiarnos de ropa. Mamá tenía la costumbre de vestirnos a mi hermana y a mí como si fuéramos gemelas, pero no lo éramos. Yo le llevaba dos años.
Entonces, empecé mi búsqueda por la zapatería, que ya conocía, emocionada dejé a mis hermanas y a mi mamá cerca de la puerta. Me dirigí hasta donde se encontraban los zapatos que me quitaron el sueño la primera vez que los vi. Repartí miradas y no estaban ya en el mostrador.
Después, exploré más allá, en el mostrador principal. Por mi apuro no lo había distinguido que allí se encontraban. Luego, me acerqué donde mi mamá y le dije: mami, yo quiero esos zapatos.
Mamá se quedó mirándolos un rato. Pero su rostro dibujó desolación. Ese día ella no pudo complacernos, porque todos necesitábamos cambiar de zapatos. Nos regaló un beso y dijo que ya comprenderíamos.
El trayecto a casa fue silencioso y entristecido para mí.
Cuando llegamos a casa, mi hermana empezó a abrir las bolsas y se probó muy alegre su nuevo par. Me fui a mi cuarto. Ella me buscó y trajo mis zapatos. Mira que bonitos y suaves son, míralos me insistía. Eran unos zapatos negros, cómodos no como los que siempre llevaba. Aunque no eran los que quería, dejé de llorar.
En el colegio, ya no fui la misma. Caminaba feliz y recorriendo otros patios. Mis compañeros se alegraron de verme así. Incluso mi profesora que notaba que siempre me apartaba, me acarició y me dijo: tú puedes dar más. Hasta mi compañero, el más tremendo del salón, gritó: Cintia, ¡cómo has cambiado!
Al cabo de un tiempo, en mi habitación saqué mis viejos zapatos ortopédicos, los miré con cariño. Ahora ya son parte de mi pasado, aunque mucho tiempo los detesté porque me hacían ver diferente, ahora los apreció por ayudarme a caminar mejor.
Mientras dejó atrás el colegio, sólo puede decir: ya te entiendo mamá.
Para ti que te gustan las historias, quieres compartir la experiencia de ingresar a un mundo mágico donde puedes ser también el protagonista, entonces puedes contar conmigo.
Memorias de una gallina

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Escribir es una de mis pasiones. Nací en Pueblo Libre, es un lugar rodeado de parques y de mucha historia, por la pandemia no podíamos sal...
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