Memorias de una gallina

Memorias de una gallina

lunes, 22 de diciembre de 2014

Creer

Amenazas, insultos. La madre del alumno le grita: racista. La profesora calla. No puede ofenderla. Alguna vez escuchó que las madres se vuelven como fieras por su hijos.
 A sus espaldas siguen los insultos, las amenazas. La profesora camina firme. Recuerda los preceptos de sus maestros. Estudio en un colegio nacional y siente orgullo. Cada logro lo obtuvo con esfuerzo, con dedicación al estudio y sus padres e inculcaron valores y estaban con ella. Aprendió que camino se hace al andar, que el ser humano que cree, podrá.

La maestra sigue su camino, a pesar de los retos, obstáculos y absurdos de la vida. Sigue adelante porque cree.


martes, 9 de diciembre de 2014

Un profesor, una sonrisa

El día había sido terrible. Los estudiantes se han evadido, los pocos que llegan no tienen al día sus tareas, no saben que hacer.
-Profesora, ¿puede explicarme?
Oigo el timbre. Cambio de hora. Otra aula, pero la misma actitud: Yo solo sé que no quiero hacer nada. El tiempo tortura en los tiempos sin tiempo. El celular, la tablet son la extensión de su vida. Como sombras aparecen sin querer trascender, débiles como hojas.
Acabada la jornada de clase. La profesora va casa con desilusión. Come, descansa y deja de pensar.
Pasan unas horas. Ella va a su clase de inglés. Ahora, ella es la alumna. Está preocupada. Llega a clase. Hoy hay nuevo profesor. Él pregunta la clase que prefieren un profesor gruñón o uno amical. Lo segundo respondemos. La sesión fue divertida y todos nos fuimos con una sonrisa.

lunes, 26 de mayo de 2014

Los zapatos que cambiaron mi vida

Ante mi colegio, yo me detuve y reviví las tristezas y las alegrías que marcaron mi vida. Hay un recuerdo que no he olvidado y parece no separarse de mí.

Esa tarde acompañamos a papá y mamá al bazar. Cuando llegamos fuimos a la sección de zapatería. Quedé muy asombrada, observando unos zapatos charoles que destacaban entre los demás. ¡Qué negros y lindos eran!, ¡Y como brillaban!

En esta ocasión, solo compraríamos zapatillas ¡Qué desilusión! En mi mente guardé el brillo de los zapatos e imagine como se verían con mi vestido y unos lazos en mi cabello. Cuando llegamos a casa, ya había anochecido. Por eso cenamos ligero y con esa ilusión me fui a dormir.

Al día siguiente debía ir al colegio, el uniforme plomo y los zapatos negros no me gustaban. Es que no podía caminar como lo hacían los demás. Mis zapatos comparados con los otros eran feos. Sé que me ayudaban, pero me hacían sentir mal.

El patio de primaria era enorme. Aunque yo no podía correr, porque me cansaba. Mi grupo lo formábamos Katy, Lulú y yo. Con ella paseábamos en el recreo o a veces traíamos nuestras muñecas y en un rinconcito jugábamos tranquilas, sin el barullo ni los juegos de otros niños.

En la clase de Educación Física, empezaba mi tortura. Mis pies me quemaban y dolían. Además, le tenía miedo al taburete. Pero, mis compañeras me alentaban a seguir con sus ojos, brazos y palabras: Ojo, pestaña y ceja; Cintia no se deja.

Al llegar a casa, mamá nos recibía cariñosa y preguntaba cómo nos había ido. Y después almorzamos junto a mis hermanos, excepto papá que a esas horas seguía trabajando. Ella era nuestra gran amiga, le contamos las travesuras que ocurrían en la clase y cuando alguien nos había fastidiado. Así que nos abrazaba muy fuerte cuando nos sentíamos mal. Nosotros la llenábamos de besos. Ese día nos tenía una sorpresa. Espero a que termináramos de comer y dijo: Hoy vamos a ir comprar zapatos.

Todos saltamos, nos levantamos como resortes y nos acurrucamos a su lado. Y fuimos a cambiarnos de ropa. Mamá tenía la costumbre de vestirnos a mi hermana y a mí como si fuéramos gemelas, pero no lo éramos. Yo le llevaba dos años.

Entonces, empecé mi búsqueda por la zapatería, que ya conocía, emocionada dejé a mis hermanas y a mi mamá cerca de la puerta. Me dirigí hasta donde se encontraban los zapatos que me quitaron el sueño la primera vez que los vi. Repartí miradas y no estaban ya en el mostrador.

Después, exploré más allá, en el mostrador principal. Por mi apuro no lo había distinguido que allí  se encontraban. Luego, me acerqué donde mi mamá y le dije: mami, yo quiero esos zapatos.

Mamá se quedó mirándolos un rato. Pero su rostro dibujó desolación. Ese día ella no pudo complacernos, porque todos necesitábamos cambiar de zapatos. Nos regaló un beso y dijo que ya comprenderíamos.

El trayecto a casa fue silencioso y entristecido para mí.

Cuando llegamos a casa, mi hermana empezó a abrir las bolsas y se probó muy alegre su nuevo par. Me fui a mi cuarto. Ella me buscó y trajo mis zapatos. Mira que bonitos y suaves son, míralos me insistía. Eran unos zapatos negros, cómodos no como los que siempre llevaba. Aunque no eran los que quería, dejé de llorar.

En el colegio, ya no fui la misma. Caminaba feliz y recorriendo otros patios. Mis compañeros se alegraron de verme así. Incluso mi profesora que notaba que siempre me apartaba, me acarició y me dijo: tú puedes dar más. Hasta mi compañero, el más tremendo del salón, gritó: Cintia, ¡cómo has cambiado!

Al cabo de un tiempo, en mi habitación saqué mis viejos zapatos ortopédicos, los miré con cariño. Ahora ya son parte de mi pasado, aunque mucho tiempo los detesté porque me hacían ver diferente, ahora los apreció por ayudarme a caminar mejor.

Mientras dejó atrás el colegio, sólo puede decir: ya te entiendo mamá.

domingo, 23 de marzo de 2014

Nina, la mujer de los ojos que cambian de color

Dicen los vecinos que en la azotea escuchan ruidos extraños y que toda la culpa la tiene Nina, porque desde que se mudó la vida del edificio no es igual. Ella parece tener unos veintiocho años, le gusta hacer acrobacias, es flexible y tiene una agilidad impresionante al trepar árboles, muros y correr con los niños del vecindario. En las noches, sus ojos  esmeraldas cambian de color. Ama la vida nocturna, comer pescado. Pero detesta los roedores. Tiene una obsesión por cazarlos.
El otro día puso en peligro su vida al tratar de bajar un cuculí de un techo. Sólo fue un susto.
El guardián del parque siempre la ve llegar de madrugada y aunque las vecinas la detestan, yo la quiero de verdad porque su mirada y sus movimientos me recuerdan a mi gatita Celeste.

lunes, 10 de febrero de 2014

Tú eres todo

-Estoy decidida a irme contigo dice con voz apasionada.
-No te preocupes ya tengo todo listo. Mis maletas, tengo mis ahorros expresa con seguridad Ernesto.
-Claro, acaso todos estos meses no te lo he dedicado a ti. Deje de andar con mis amigos, los bailes y las amigas porque te amo.
-¡Ay bebé!, eres mi salvación después de todo. Vine huyendo de la ciudad a la selva, buscando alejarme de los problemas: Pero, ya nada importa, bebé.
-No me digas así. yo no soy un bebé. Soy un hombre.
-Cálmate, no lo dije para molestarte. Sólo que si yo tuviera dieciséis como tú, si pudiera otra vez empezar.
-¿Te arrepientes de estar conmigo?
-No,no. Lo que pasa es que ya no soy la misma, son tantas las mentiras que he vivido.
-Me duele que no creas lo que siento. ¿Por qué dudas? Aunque mis amigos digan que lo nuestro no tiene futuro, mis padres no sabven nada. ¿Quién nos puede detener?
-No quiero sufrir una nueva decepción, compréndeme, estos años he soportado mucha crueldad de mi ex.
-No me hables d ese miserable, que tengo unas ganas de ir a...
-¡Basta! No me asustes con esas ideas locas, no pensemos más en eso. Tienes razón al reprocharme son tonterías mías y no te he contado lo más importante: Les he dicho que voy a viajar por una emergencia y me han dado licencia.
-Entonces, Vamos a seguir con nuestros planes. ¿Ves? no tienes porque preocuparte.
-A veces sólo espero estar juntos.

En ese momento se abrazaron y besaron olvidándose del mundo.

martes, 21 de enero de 2014

Yanara

Cuentan que un día Esperanza se sentía muy mal y fue a buscar ayuda a su amiga Pena. Pero cuando la encontró la vio muy triste y acongojada. Había sufrido una fuerte decepción. Cada una empezó a sentirse más y más desdichada recordando sus problemas. De pronto alguien tocó la puerta. Muy abatida, Pena abrió la puerta y vio a una persona desconocida que se presentó como Yanara.
-¿Qué haces aquí? -le dijo Pena.
Y Yanara le dijo que ella recorría el mundo recolectando el sufrimiento de todo el mundo. Luego de decir esto, Yanara escuchó a Pena y Esperanza, les dio un abrazo como nunca nadie les dio y ellas quedaron libres de dolor.


Las emociones de un año que se va