CUANDO TENÍA TU EDAD
¿Quieres saber cómo era cuando tenía tu edad?
Recuerdo
que, cuando era como tú, me gustaba dibujar perfiles, la mayoría de mujeres con
el cabello suelto que el viento acariciaba, con pestañas muy largas y con ojos
bien abiertos y claros. Como si retratara la libertad.
Recuerdo también que tenía mi muro favorito de
la casa de una vecina donde luchaba con monstruos y no era salvada por ningún
príncipe, yo misma me rescataba. Trepaba árboles y corría girando mi brazo para
darme velocidad como si fuera una hélice, daba vueltas y era tan feliz como un
trompo, aunque me quedaba sin aliento.
Era flaquita como un fideo, usaba cerquillo que
apenas tapaban mis vivaces ojos, los cuales parecían hablar, se sorprendían y
se expresaban de una manera increíble que parecían dioses que vivían apartados
de mi ser completo, porque era muy tímida y me sonrojaba cuando alguien se
dirigía a mí.
Lo que siempre me causó extrañeza es que mi
mamá me vestía igual como mi hermana dos años menor que yo, lo cual no entendía
porque éramos muy diferentes, mi cabello era lacio y el de ella ensortijado, mi
piel era más clara y ella era color canela. Pero lo lindo de esos momentos es
que usábamos vestidos, un tiempo se puso de moda los maxis, que eran vestidos
que cubrían hasta los pies, muy hermosos, hechos de una tela fresca y que nos
hacía sentir reinas.
Me gustaba coleccionar pensamientos, imágenes,
letras de canciones y leerlos en momentos que me sentía con melancolía. Algunos
me los aprendía de memoria. Repetía los versos sencillos de Martí para
dedicarles a mis amigos y me emocionaba.
Era fanática de Candy Candy y me gustaba cantar
y aun canto: “si te sientes solo recurre a mí, te estará esperando aquí,
cuéntame tu historia y te alegraras sabes que una amiga tendrás, búscame
sígueme, llámame…”.
Me gustaba ver películas y sumergirme en ese
arte como si yo estuviera en las escenas. Suelo imitar voces como de bruja, no
sé si en el fondo lo soy.
Fui creciendo llena de alegría con mi familia a
pesar de nuestras carencias, valorando que mi mamá siempre me compraba
periódicos y revistas que me gustaban leer, por ellas me enteré de las
princesas Carolina y Estefanía de Mónaco, me preguntaba por qué teniendo tantas
cosas, no eran felices.
Mi papá, aunque no estaba mucho tiempo con
nosotros por su trabajo, nos daba todo su cariño y disciplina que nos ayudó a
salir adelante. Fue quien nos llevaba a ver a Yola Polastry y hasta fuimos al
programa de moda “Fantástico” porque conocía a algunos señores de la televisión
y artistas e incluso uno de sus primos era un cantante. Aunque, él siempre me
bromeaba y me decía mi monjita porque me gustaba estar en casa, mientras mis
hermanas salían con sus amigas. A él le debo mi gusto por la música criolla, no
me puedo olvidar de Los embajadores criollos
Una vez le regalaron pases para ir a ver a
Indochina, yo y mi hermana menor fuimos a verlos y saltar con Canary Bay,
Trioseme sex, L'aventurier. Fue inolvidable porque saltamos como si fuéramos
canguros y en un momento nos perdimos, pero al final del concierto nos volvimos
a encontrar.
Yo parecía resignada a este destino, pero en el
fondo me decía: Yo, ¿monja?, no eso no va conmigo. Era seria, tranquila y
responsable, trataba de no sacarle canas verdes a mis padres y no quería que
gasten de más en mí, aunque si hice algunas travesuras, pero ¿quién no las ha
hecho?
El año 1992 mi vida rutinaria y casera
cambiaría. Fui al doctor con mi mamá y allí viví el momento más terrible de mi
existencia. Al hacerme la revisión, el doctor encontró unos bultos en mi cuello
y llamó a otros médicos, todos me observaban y revisaban como si fuera un
bicho, entre ellos comentaban y me aturdían. Finalmente, me dijo que debía ir a
Neoplásicas y ese día lloré tan amargamente que pensé que inundaría mi cama con
mis lágrimas.
Ir a Neoplásicas era sinónimo de tener cáncer,
tenía mucho miedo de morir. Además de ser una odisea: debíamos madrugar, hacer
cola para lograr obtener un ticket de atención e ir en taxi. Todo ese esfuerzo
lo hice acompañada de mi mamá. Luego, debía pasar una prueba totalmente desnuda
ante un desconocido que, aunque fuese médico, no me daba confianza y quería
llorar. Después de este suplicio, debía ahora esperar los resultados los cuales
se me hicieron eternos.
Como si una culebra me asfixiara me dolía la
garganta y no paraba de llorar pensando que moriría, le pedí a Dios que me
permitiera vivir, que cambiaría y lucharía para ser profesional y dejaría mi
vida casera y rutinaria. Me acordaba de la canción de Parchis: Dios mío
ayúdele, Dios mío sálvale, viviremos siempre para amar y a los mayores
respetar.
El día D llegó, yo estaba temblando como
gelatina, tantas ideas locas pasaban por mi mente y me invadían las preguntas:
¿qué me pasaría?, ¿Cuánto tiempo me quedaba? ¿Qué me había perdido de vivir en
este tiempo?
El
diagnóstico del doctor me asombro y alegro al mismo tiempo: no se detectó nada
malo y me dijo que esas protuberancias desaparecerían con el tiempo, confundida
y a la vez agradecida con la oportunidad de vivir, le dije a mi mamá que quería
postular a la universidad, que quería estudiar en San Marcos. Sin embargo, ya
el examen de ingreso ya había pasado. Me quedaba solo prepararme y presentarme
el próximo año.
Así fue como postulé a la Facultad de Educación
de San Marcos e ingresé a mi alma mater. Allí me encontré con un universo de
ideas, posturas, luchas y mis mejores amigos que aún conservo.
(Esta historia nace como parte del taller Te regalo un cuento dirigido por Jorge Gonzalvo-Atrapavientos)