
EL ÁRBOL BRUJO
María Fajardo Torres
Fecha: 04-07-09
Hace mucho tiempo existía un bosque verde y tupido, donde no entraba el sol. Los árboles de eucaliptos perfumaban el lugar y sentíamos su aroma como una caricia suave y traviesa. Las hormigas trabajaban incansables desde temprano. Mientras, algunas aves nos recibían con sus primeros cantos y las mariposas danzaban a nuestro alrededor. Pero, lo que más admiración nos causó fue el árbol Brujo, así llamábamos a este cómplice de nuestros juegos; que existía en lo hondo del bosque de las fantasías.
El árbol Brujo era gigantesco, sus raíces sobresalían como enormes garfios y sus ramas largas parecían querer atraparnos. Algunos niños le tiraban piedras y otros se columpiaban de sus ramas. Así pasábamos horas y horas siendo libres y felices. Sin importar el frío o el calor, siempre había un niño que quería sentir su afecto o jugar. Convertirse en piratas u otras veces cazadores de mounstros.
-¡Vamos a salvar el planeta!
-Sí, miren allá están las fieras voladoras.
-Al ataque amigos.
-Bruja, ayúdanos.
También nos poníamos a cantar con ella:
Que baile Bruja, que baile Bruja,
la queremos ver bailar,
jugar con ella,
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.
Aunque no nos preocupábamos por el árbol Brujo y le causábamos dolor, como un incondicional amigo nos abría los brazos.
Creo que pensábamos que viviría por siempre. De repente, un día nos habló así:
-Hijos, ¿por qué han tardado tanto? No ven lo triste que estoy. Miren, mis hermanos están desapareciendo.
-Bruja, no te asustes, ya estamos aquí –le contestamos en coro.
Nos miro preocupado y agregó:
-Voy a cumplir cien años. He visto a muchos niños como ustedes, que me han amado y por eso sigo vivo. Si bien sé que ustedes me necesitan, espero que cuando sean adultos no me olviden y permitan que otros niños tengan un lugar para vivir, soñar y jugar sin límites.
Al llegar el verano, varios árboles habían sido cortados. Sentimos las máquinas y corrimos hacia el árbol Brujo imaginando lo peor. Aun estaba allí. Firme y sereno, como un caballero sin armas. Sus penas como hojas marchitas caían lentas y nos rodeaban, cual lluvia infinita.
En ese momento, nos miramos e hicimos una promesa.
La ciudad fue creciendo como nosotros. Poco a poco fuimos rodeados por construcciones, máquinas y gente extraña. El cemento iba penetrando nuestro mundo pequeño. Entonces, las máquinas empezaron su jornada de muerte: derribando árboles, matando nidos. El peligro estaba cerca y el árbol Brujo parecía resignarse al olvido y a su triste final.
-Derriben ese árbol viejo. ¡Qué esperan!-señaló con voz enérgica el capataz.
-No, no hagan eso –musitó una vocecita. Era una vecina que vivió tanto tiempo como el árbol y no se cansaba de reclamar a los trabajadores.
-Hijo, ¡Qué daño te hace el árbol!
-Señora, tenemos órdenes.
Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas. Quizás empezó a recordar que de niña no le importó treparse con su vecina al árbol amigo o que cuando se enamoro por primera vez, dio un paseo con su amado alrededor de él.
Aunque no lo crean, ella no fue la única en protestar. Los vecinos de toda la manzana realizaron marchas y vigilias. Las autoridades llegaron al lugar. Una larga lista de candidatos a la presidencia, congresistas y el propio alcalde, desfilaron. Fotos, titulares y ofrecimientos. Las máquinas se detuvieron y se acabó la destrucción por el momento.
Yo estaba allí, imaginando nuestras aventuras, gozos y desventuras. Muchos de mis amigos se han mudado a otra ciudad. No se si se acordaran de la promesa que le hicimos.
Brujo: aquí estoy -le dije. Han pasado muchos años y nos hemos vuelto a reunir. Después del bullicio, me quede solo en el bosque donde había espacio para la vida, los sueños y el amor.
Ahora una ronda de rejas protege el árbol bruja, pero no falta un niño que se trepa y se mece libre en sus ramas.
(Inspirado en el ejercicio propuesto por Cucha del Águila en el taller de narración de cuentos de la Feria del Libro Ricardo Palma, el 6 de diciembre del 2007).
María Fajardo Torres
Fecha: 04-07-09
Hace mucho tiempo existía un bosque verde y tupido, donde no entraba el sol. Los árboles de eucaliptos perfumaban el lugar y sentíamos su aroma como una caricia suave y traviesa. Las hormigas trabajaban incansables desde temprano. Mientras, algunas aves nos recibían con sus primeros cantos y las mariposas danzaban a nuestro alrededor. Pero, lo que más admiración nos causó fue el árbol Brujo, así llamábamos a este cómplice de nuestros juegos; que existía en lo hondo del bosque de las fantasías.
El árbol Brujo era gigantesco, sus raíces sobresalían como enormes garfios y sus ramas largas parecían querer atraparnos. Algunos niños le tiraban piedras y otros se columpiaban de sus ramas. Así pasábamos horas y horas siendo libres y felices. Sin importar el frío o el calor, siempre había un niño que quería sentir su afecto o jugar. Convertirse en piratas u otras veces cazadores de mounstros.
-¡Vamos a salvar el planeta!
-Sí, miren allá están las fieras voladoras.
-Al ataque amigos.
-Bruja, ayúdanos.
También nos poníamos a cantar con ella:
Que baile Bruja, que baile Bruja,
la queremos ver bailar,
jugar con ella,
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.
Aunque no nos preocupábamos por el árbol Brujo y le causábamos dolor, como un incondicional amigo nos abría los brazos.
Creo que pensábamos que viviría por siempre. De repente, un día nos habló así:
-Hijos, ¿por qué han tardado tanto? No ven lo triste que estoy. Miren, mis hermanos están desapareciendo.
-Bruja, no te asustes, ya estamos aquí –le contestamos en coro.
Nos miro preocupado y agregó:
-Voy a cumplir cien años. He visto a muchos niños como ustedes, que me han amado y por eso sigo vivo. Si bien sé que ustedes me necesitan, espero que cuando sean adultos no me olviden y permitan que otros niños tengan un lugar para vivir, soñar y jugar sin límites.
Al llegar el verano, varios árboles habían sido cortados. Sentimos las máquinas y corrimos hacia el árbol Brujo imaginando lo peor. Aun estaba allí. Firme y sereno, como un caballero sin armas. Sus penas como hojas marchitas caían lentas y nos rodeaban, cual lluvia infinita.
En ese momento, nos miramos e hicimos una promesa.
La ciudad fue creciendo como nosotros. Poco a poco fuimos rodeados por construcciones, máquinas y gente extraña. El cemento iba penetrando nuestro mundo pequeño. Entonces, las máquinas empezaron su jornada de muerte: derribando árboles, matando nidos. El peligro estaba cerca y el árbol Brujo parecía resignarse al olvido y a su triste final.
-Derriben ese árbol viejo. ¡Qué esperan!-señaló con voz enérgica el capataz.
-No, no hagan eso –musitó una vocecita. Era una vecina que vivió tanto tiempo como el árbol y no se cansaba de reclamar a los trabajadores.
-Hijo, ¡Qué daño te hace el árbol!
-Señora, tenemos órdenes.
Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas. Quizás empezó a recordar que de niña no le importó treparse con su vecina al árbol amigo o que cuando se enamoro por primera vez, dio un paseo con su amado alrededor de él.
Aunque no lo crean, ella no fue la única en protestar. Los vecinos de toda la manzana realizaron marchas y vigilias. Las autoridades llegaron al lugar. Una larga lista de candidatos a la presidencia, congresistas y el propio alcalde, desfilaron. Fotos, titulares y ofrecimientos. Las máquinas se detuvieron y se acabó la destrucción por el momento.
Yo estaba allí, imaginando nuestras aventuras, gozos y desventuras. Muchos de mis amigos se han mudado a otra ciudad. No se si se acordaran de la promesa que le hicimos.
Brujo: aquí estoy -le dije. Han pasado muchos años y nos hemos vuelto a reunir. Después del bullicio, me quede solo en el bosque donde había espacio para la vida, los sueños y el amor.
Ahora una ronda de rejas protege el árbol bruja, pero no falta un niño que se trepa y se mece libre en sus ramas.
(Inspirado en el ejercicio propuesto por Cucha del Águila en el taller de narración de cuentos de la Feria del Libro Ricardo Palma, el 6 de diciembre del 2007).
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