
EL ÁRBOL BRUJO
María Fajardo Torres
Fecha: 23-07-09
Este era un bosque verde y tupido, tan tupido que no dejaba entrar el sol. Los árboles de eucaliptos perfumaban el lugar y sentíamos su aroma como una caricia suave y traviesa. Las hormigas incansables trabajaban desde temprano. Mientras, algunas aves nos recibían con sus primeros cantos y las mariposas danzaban a nuestro alrededor. Pero, lo que más admiración nos causó fue el árbol Brujo, así llamábamos a este cómplice de nuestros juegos; que existía en lo hondo del bosque de las fantasías.
El árbol Brujo era gigantesco, sus raíces sobresalían como enormes garras y sus ramas largas parecían querer atraparnos. Algunos niños le tiraban piedras, en cambio otros se columpiaban, colgándose de sus ramas. Así pasábamos horas y horas siendo libres y felices. Sin importar el frío o el calor, siempre había un niño junto a Brujo o jugando a los piratas o cazando mounstros.
-¡Vamos a salvar el planeta!
-Sí, miren allá están las fieras voladoras.
-Al ataque amigos.
-Brujo, ayúdanos. ¡Escóndenos que nos pillan!
Al caer la tarde, nos poníamos a cantar alrededor del árbol:
Que baile Brujo, que baile Brujo,
lo queremos ver bailar,
jugar sin barreras
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.
Aunque no nos preocupábamos por el árbol Brujo y le causábamos dolor (jalando sus ramas, escribiendo en su tronco nuestros nombres), como un incondicional amigo siempre nos abría los brazos.
Creo que pensábamos que viviría por siempre. De repente, el árbol Brujo un día nos habló:
-Hijos, ¿por qué han tardado tanto? No ven lo triste que estoy. Miren, mis hermanos menores que quedan, también los arbustos, a todos nos están desapareciendo.
-Brujo, no te asustes, ya estamos aquí para defenderte –le contestamos en coro.
Nos miro preocupado y agregó:
-Voy a cumplir cien años. He visto a muchos niños como ustedes, que me han amado y por eso sigo vivo. Si bien sé que ustedes me necesitan, espero que cuando sean adultos no me olviden y permitan que otros niños tengan un espacio para vivir, soñar y amar.
Al llegar el verano comprobamos que varios árboles habían sido cortados. Sentimos las sierras mecánicas y corrimos hacia Brujo imaginando lo peor. No obstante, aún estaba allí. Firme y sereno, como un caballero sin armas. Una hoja marchita que cayó de una de sus ramas, nos pareció una lágrima. Miramos la tierra y contamos muchas, heridas en los gajos, con retoños aún por asomar.
En ese momento, nos miramos e hicimos una promesa: volver a verla cuando tengamos nuestra familia
La ciudad fue creciendo como nosotros. Poco a poco fuimos rodeados por construcciones, máquinas y gente extraña. El cemento se apoderaba de nuestro mundo pequeño, nuestro parque. Entonces, las máquinas empezaron su jornada de muerte: derribando árboles, matando nidos. El peligro estaba cerca y el árbol Brujo parecía resignado al olvido y a su triste final.
-Derriben ese árbol viejo. ¡Qué esperan!- señaló un día, con voz enérgica, el capataz de la obra.
-No, no hagan eso –musitó una vocecita. Era una vecina que vivió tanto tiempo como el árbol y no se cansaba de reclamar a los trabajadores:
-Hijo, ¡Qué daño te hace el árbol!
-Señora, tenemos órdenes de la municipalidad.
En ese momento los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas. Quizás empezó a recordar que de niña trepó un árbol en compañía de una vecina y en su adolescencia lo visitó con su pareja, cuando sintió por primera vez que el amor había llegado a su vida.
Aunque no lo crean, ella no fue la única en protestar. Los vecinos de toda la manzana se unieron y comenzaron a realizar marchas y vigilias portando pancartas y velas en las manos en defensa del árbol. Se corrió la voz y las autoridades llegaron al lugar.
Una larga lista de políticos y el propio alcalde desfilaron. Fotos y más fotos. Las sierras dejaron de chirriar y se acabo la destrucción, al menos por el momento.
Yo estaba allí con mis veintiocho años a cuestas, evocando nuestras aventuras, gozos y desventuras. Muchos de mis amigos se han mudado a otra ciudad, no se si se acordaran de la promesa que le hicimos. La algarabía y tanta gente me perturbo y me retire.
Al caer la tarde, volví al parque, quería hablarle a Brujo. Solo en el bosque de mi niñez le dije:
-Aquí estoy, quizá no me recuerdes, yo en cambio si mucho a ti. Han pasado muchos años. Recuerdas que yo estuve muy enfermo y fuiste tú mi salvación, quien me dio ganas de vivir. Quiero contarte que muy pronto me caso y quiero que mis hijos jueguen contigo.
Después de confesarle mi felicidad, lo observe con ternura y recordé nuestra canción:
Que baile Brujo, que baile Brujo,
lo queremos ver bailar,
jugar sin barreras
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.
Ahora una ronda de rejas protege el árbol brujo, aunque no falta un niño en busca de brazos amorosos que pasa por alto este obstáculo y se mece libre en sus ramas.
(Inspirado en el ejercicio propuesto por Cucha del Águila en el taller de narración de cuentos de la Feria del Libro Ricardo Palma, el 6 de diciembre del 2007).
María Fajardo Torres
Fecha: 23-07-09
Este era un bosque verde y tupido, tan tupido que no dejaba entrar el sol. Los árboles de eucaliptos perfumaban el lugar y sentíamos su aroma como una caricia suave y traviesa. Las hormigas incansables trabajaban desde temprano. Mientras, algunas aves nos recibían con sus primeros cantos y las mariposas danzaban a nuestro alrededor. Pero, lo que más admiración nos causó fue el árbol Brujo, así llamábamos a este cómplice de nuestros juegos; que existía en lo hondo del bosque de las fantasías.
El árbol Brujo era gigantesco, sus raíces sobresalían como enormes garras y sus ramas largas parecían querer atraparnos. Algunos niños le tiraban piedras, en cambio otros se columpiaban, colgándose de sus ramas. Así pasábamos horas y horas siendo libres y felices. Sin importar el frío o el calor, siempre había un niño junto a Brujo o jugando a los piratas o cazando mounstros.
-¡Vamos a salvar el planeta!
-Sí, miren allá están las fieras voladoras.
-Al ataque amigos.
-Brujo, ayúdanos. ¡Escóndenos que nos pillan!
Al caer la tarde, nos poníamos a cantar alrededor del árbol:
Que baile Brujo, que baile Brujo,
lo queremos ver bailar,
jugar sin barreras
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.
Aunque no nos preocupábamos por el árbol Brujo y le causábamos dolor (jalando sus ramas, escribiendo en su tronco nuestros nombres), como un incondicional amigo siempre nos abría los brazos.
Creo que pensábamos que viviría por siempre. De repente, el árbol Brujo un día nos habló:
-Hijos, ¿por qué han tardado tanto? No ven lo triste que estoy. Miren, mis hermanos menores que quedan, también los arbustos, a todos nos están desapareciendo.
-Brujo, no te asustes, ya estamos aquí para defenderte –le contestamos en coro.
Nos miro preocupado y agregó:
-Voy a cumplir cien años. He visto a muchos niños como ustedes, que me han amado y por eso sigo vivo. Si bien sé que ustedes me necesitan, espero que cuando sean adultos no me olviden y permitan que otros niños tengan un espacio para vivir, soñar y amar.
Al llegar el verano comprobamos que varios árboles habían sido cortados. Sentimos las sierras mecánicas y corrimos hacia Brujo imaginando lo peor. No obstante, aún estaba allí. Firme y sereno, como un caballero sin armas. Una hoja marchita que cayó de una de sus ramas, nos pareció una lágrima. Miramos la tierra y contamos muchas, heridas en los gajos, con retoños aún por asomar.
En ese momento, nos miramos e hicimos una promesa: volver a verla cuando tengamos nuestra familia
La ciudad fue creciendo como nosotros. Poco a poco fuimos rodeados por construcciones, máquinas y gente extraña. El cemento se apoderaba de nuestro mundo pequeño, nuestro parque. Entonces, las máquinas empezaron su jornada de muerte: derribando árboles, matando nidos. El peligro estaba cerca y el árbol Brujo parecía resignado al olvido y a su triste final.
-Derriben ese árbol viejo. ¡Qué esperan!- señaló un día, con voz enérgica, el capataz de la obra.
-No, no hagan eso –musitó una vocecita. Era una vecina que vivió tanto tiempo como el árbol y no se cansaba de reclamar a los trabajadores:
-Hijo, ¡Qué daño te hace el árbol!
-Señora, tenemos órdenes de la municipalidad.
En ese momento los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas. Quizás empezó a recordar que de niña trepó un árbol en compañía de una vecina y en su adolescencia lo visitó con su pareja, cuando sintió por primera vez que el amor había llegado a su vida.
Aunque no lo crean, ella no fue la única en protestar. Los vecinos de toda la manzana se unieron y comenzaron a realizar marchas y vigilias portando pancartas y velas en las manos en defensa del árbol. Se corrió la voz y las autoridades llegaron al lugar.
Una larga lista de políticos y el propio alcalde desfilaron. Fotos y más fotos. Las sierras dejaron de chirriar y se acabo la destrucción, al menos por el momento.
Yo estaba allí con mis veintiocho años a cuestas, evocando nuestras aventuras, gozos y desventuras. Muchos de mis amigos se han mudado a otra ciudad, no se si se acordaran de la promesa que le hicimos. La algarabía y tanta gente me perturbo y me retire.
Al caer la tarde, volví al parque, quería hablarle a Brujo. Solo en el bosque de mi niñez le dije:
-Aquí estoy, quizá no me recuerdes, yo en cambio si mucho a ti. Han pasado muchos años. Recuerdas que yo estuve muy enfermo y fuiste tú mi salvación, quien me dio ganas de vivir. Quiero contarte que muy pronto me caso y quiero que mis hijos jueguen contigo.
Después de confesarle mi felicidad, lo observe con ternura y recordé nuestra canción:
Que baile Brujo, que baile Brujo,
lo queremos ver bailar,
jugar sin barreras
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.
Ahora una ronda de rejas protege el árbol brujo, aunque no falta un niño en busca de brazos amorosos que pasa por alto este obstáculo y se mece libre en sus ramas.
(Inspirado en el ejercicio propuesto por Cucha del Águila en el taller de narración de cuentos de la Feria del Libro Ricardo Palma, el 6 de diciembre del 2007).