Memorias de una gallina

Memorias de una gallina

domingo, 11 de octubre de 2009


CAMILA Y SU PEQUEÑO AMIGO
María Fajardo Torres
Camila, dulce como algodón de azúcar, inundaba la casa con su alegría y travesuras. Su cerquillo parecía una cortina que casi escondía sus ojos cafés. Con solo siete años, dejaba huellas por donde iba: una mano en la pared, un dibujo con crayola en la cocina, unas rayas con lápiz decoraban los muros de su cuarto.
Una noche en que Camila no tenía sueño, empezó a recorrer su casa. Sintió hambre y fue a la cocina. Abrió un cajón, no encontró lo que quería. Intentó varias veces, finalmente desistió. comenzó a dar saltos para irse a su habitación. De repente, escuchó un ruido, pensó será mi imaginación. Después le pareció oír una vocecita: “ven, acompáñame”. Sintió un frío en todo su cuerpo. Curiosa, se acercó. La voz provenía del jardín.
-¿Quién eres? –dijo asombrada.
-Soy un duende castigado a vivir en este jardín.
-¿Cómo te puedo ayudar? –preguntó Camila con preocupación-.
-Lo único que quiero es tu amistad. Vivo solo y quisiera compañía.
-Bien, entonces, ¡vamos a jugar!
-¿Qué te gustaría hacer?
-Quiero ser una princesa con alas.
-Está bien.
Camila, transformada, empezó a volar.
-No me alcanzas. Vuelo más que una mariposa y que el periquito de mi vecino. ¡Uy! casi me como una mosca.
-Ja, ja, ja. Eres divertida. Me matas de risa –dijo el duende.
-No, no te mates, me gusta tu compañía.
-No temas, no puedo irme. Solo puedo estar aquí en el jardín.
-¿Por qué?
-He recibido un castigo por mis maldades.
-¿Qué pasó? –preguntó la niña.
-Nunca entendí porque nací distinto a los demás duendes. Sufrí mucho. Todos me miraban, se burlaban, a excepción de mis padres que me amaban y mis amigos que me protegían. Pero una tarde fui al arroyo y comprendí todo. Todos eran de color verde y pequeños; yo, gris y podía cambiar de tamaño.
Desde ese día me prometí que nadie se reiría de mí. Y elaboré muchos planes: escondía los frutos de los más pequeños, asustaba a las duendes recién nacidas, engañaba a los mayores. Pero lo que colmo la paciencia de mi pueblo es que una noche me tomé un botellón de licor y me convertí en un ser gigante: destruí las chacras y muchas casas. Me desterraron y aquí estoy. Cumpliendo cien años de condena.
-¿Tanto? –exclamó Camila.
-Sí, pero, ya se hace tarde para ti, te pueden estar buscando, regresa a casa.
Camila se despedía con la mano izquierda y a la par decía: Tengo un nuevo amigo, que vive cerca al higo, vamos a ser hermanos hasta los cien años.
El duende parecía un pequeño hombrecito. Su rostro arrugado como pasa, sus ojos negros, tristes. Unas cejas gruesas le daban un aspecto serio y renegón. Algunas veces, medía alrededor de un metro y otras, el tamaño de un insecto. Vestía un traje gris desteñido. Su chaqueta marrón había perdido todos sus botones y el pantalón ya le quedaba corto.
Cada noche Camila bajaba despacito e iba al jardín. Allí se quedaba conversando, jugando con el duende. Ambos inventaban rimas, canciones:
Cuando abres el corazón
una luz te llena el alma
cuando hallas un amigo
tienes una gran razón
para amar y tener calma.

Si sientes frío o temor
sé fuerte como un león
ten fe, yo estoy contigo
sal pronto de tu prisión
yo te daré mi amor
Después, ella se dirigía a su cuarto, cansada y alegre de ser amiga de este pequeño ser.
El duende lucía como una hormiga cuando estaba triste y enojado; pero grande, juguetón como el mono de un libro que le enseñó su papá al sentirse alegre.
¿Si les cuento a mis amigos me creerán?, No, no el cargoso de Fabio se burlara de mí. No les digo nada.
Al día siguiente debía ir muy temprano al colegio y no demoró en soñar.
Imagino que presentaba a su nuevo amigo a todos sus compañeros; reían, cantaban y en los juegos de carrera se divertían y reparó: me olvidé preguntarle su nombre.
-Hola duende, ¿dónde te escondes?
-Ven, acompáñame.
- Mira esa flor ¿A qué no sabes su nombre?
-Sí, es un geranio.
-Y tú ¿cómo te llamas?
-Mi nombre es Demóstenes
-¿Qué?
-Un famoso orador de la antigüedad se llamaba así. Mi padre lo admiraba.
- ¡Ah!, yo me llamo Camila como mi abuela.
-Me voy amigo. Chau, Demos.
Un día se durmió en el jardín y la encontró su mamá. Se disgustó con ella y desde ese momento vigiló su sueño. La visitaba en su dormitorio y apagaba la luz para que se durmiera. Antes le contaba historias:
“Había una vez un niño que tenía un deseo. Él quería alcanzar las estrellas”.

A pesar de los intentos de Camila transcurrió mucho tiempo, sin poder ver a su nuevo amigo.
¡Cómo lo extrañaba!, ¡Qué noches largas y aburridas!
Demos, Demos, todavía ¿somos amigos? –preguntaba al viento Camila-.
Dime amigo, ¿Tengo cien años de castigo?, ¿no me vas ayudar? –expresaba con emoción Camila-.
Para recordarlo enunciaba la frase:
Tengo un duende amigo, que vive cerca al higo, vamos a ser hermanos hasta los cien años. Luego se dibujaba junto a él y se ponía a llorar.
Hasta que una tarde de otoño, se enteró que sus padres debían asistir a una reunión que duraría muchas horas y se acostó muy temprano. Cuando se sintió segura, salió al jardín. Llamó con insistencia a su amigo. Pero, no le respondía su amigo y cansada Camila se puso a llorar desconsolada.
Cuando volvía a su habitación, de pronto escuchó risas. Abrió más sus ojos como un búho y vio que desde la ventana lo observaba Demóstenes, su amigo y ¡estaba libre!
-¡No puede ser! -exclamó Camila abriendo la boca-.Tú me dijiste que no podías alejarte del jardín.
-Sucede que acabó mi condena. Al conocerte, aprendí a valorar a mis semejantes, a los otros duendes. Al dejar de verte, sufrí mucho. Parecía un loco. Empecé a recordar y a buscar a mi familia y amigos. Les prometí cambiar y lo hice. En ese momento, el castigo desapareció.
-¡Ahora soy libre y me acepto gris como soy! Volví para decirte gracias.
-Yo también te extrañé. Ahora deseo que te vaya bien. Cuídate mucho.
Ambos se despidieron y prometieron encontrarse cada vez que necesitaran compañía.
A partir de cada otoño, en el jardín se escuchaba a Camila entonar una canción:
Cuando abres el corazón
una luz te llena el alma
cuando hallas un amigo
tienes una gran razón
para amar y tener calma.






sábado, 29 de agosto de 2009


NIEVE
Autor: María Fajardo Torres
Fecha: 07.08.09

La pequeña estaba allí. En el jardín donde observé sus juegos, su andar. Sus ojos verdes, profundos, parecían perderse en el cielo. Después de todo ¿no era una criatura graciosa, bella y angelical?, así la vimos.

Cierto día ella llegó silenciosa a nosotros, envuelta en un halo de belleza y ternura. Sin nada, tras un largo camino que nadie supo donde empezó.

Desde el primer día, deambuló por las calles ante la indiferencia de la gente. De vez en cuando, alguien se detenía para darle caricias o palmadas; pero ella se dirigía de una persona a otra, con sus ojos inquietos, cambiando de acera o cruzando la pista, de una vereda a otra. Y a pesar de su corta edad lidiaba con perros grandes y callejeros. No descansaba. Algunas veces se ponía a jugar con algunos niños, pero los padres de éstos le cerraban las puertas. Ella continuaba su camino. Con destreza enfrentaba riesgos, corría libre, paciente a la espera de una familia. Pasaban los días y nadie le hizo caso. Cuando todo parecía perdido...

Maruja ya la había visto y apenada por esa situación, le dijo a su comadre:

- ¿Por qué la tratarán así?

La comadre contemplaba y movía la cabeza desaprobando, pero enmudecida como un poste. Un rato después preguntó:

-¿Por qué dices eso?

Maruja sonrió, avanzando hacia ella, la cargó y acariciándola dijo:

-¡Es una indefensa gatita!

En tono filosófico, Juana comentó:
-Arrojada a la calle por ser hembra.¡Qué frágil se ve!

-Ya no hablemos más de eso. Mira, la gatita parece que nos escuchara ¡Pobre! ¡Es tan chiquita! ¿Cuál será su suerte? -dijo Juana

En ese momento, Maruja y la pequeña cruzaban miradas de ternura. Obedeciendo a su instinto la gatita se acurrucó en los brazos de su nueva amiga y empezó a ronronear. Parecían madre e hija.

Las amigas se despidieron y Maruja apretó el paso para no arrepentirse pues donde ya comían cuatro, podía comer un felino más. Contempló su piel y le dijo:

-Te llamarás Nieve.

Maruja la instaló en una caja de cartón en una habitación cercana a la cocina; y le dio un plato de leche. Después, unos pedazos de pollo. Tenía tal hambre que devoró todo en un instante. Luego, la gatita se lamía y Nieve observaba el lugar. Mientras Maruja limpiaba el piso, Nieve ronroneaba. He aprendido a sobrevivir sin familia ¿Habré hecho bien en quedarme con esta señora o debería regresar a la calle? La casa parece como un almacén lleno de sillas, mesas, el refrigerador, las camas. Todo lleno, diferente a las calles espaciosas y frías donde caminaba libre, sin tropezarme con tantas cosas. Lo bueno: es que me alimentan y tratan bien. En la calle corría peligros, agresiones. Los autos me querían atropellar.

Maruja fue a despedirse. Nieve le lamió la mano y ella le acarició el lomo y la minina se dejó vencer por el cansancio. Recordó que desde chiquita fue separada de su mamá y hermanos y aprendió a defenderse sola. Esa noche soñó con una jauría de perros que la atacaban, hizo unos bufidos y despertó. Reconoció su nuevo hogar y volvió a quedarse dormida.



Durante los meses siguientes, Nieve dulce e inteligente, se comportó como una hábil cazadora, crecía y daba sorpresas.

-Mira mamá lo que ha traído Nieve.
-Pobre cuculí -dijo mamá.
-Parece que no le diéramos de comer -recalcó ella, sonriente.

Mientras mi hermano, con cara de pocos amigos corría tras ella y yo le decía:
-Déjala, déjala es cazadora por naturaleza.

Nuestra gata se escapaba veloz con su presa.

El otro día estaba jugando con escarabajos, yo los escondí para que no se enfadaran con ella mi mamá y hermano.

-¿Cómo? –preguntó alarmada mi hermana menor.
-No, no se lo come, sólo juega. Le da vueltas, lo mordisquea y se va ¿Quieres ver? Le propuse.
-Sí, sí, quiero ver.

Con mi hermana fuimos a la entrada de la casa, cerca del jardín. Allí los escarabajos boca arriba movían sus patitas. Con hojas de geranio los cubríamos para esconder los “tesoros” de nuestra gata. Así, mi inocente hermana y yo guardábamos el secreto.

Una y otra vez Nieve pasaba el tiempo atrapando insectos, ratones, cucarachas y aves. Cazar cuculíes su especialidad. Una vez la observé escondida en el jardín. Permanecía inmóvil un buen rato como una estatua, hasta que tenía a su víctima al alcance. Entonces, se movía ágil, ruda e inflexible en la lucha, saltaba si era preciso desde una rama del árbol. Se divertía manoteando al ave y atrapándolo entre sus patas. Luego de un rato lo comía.



Recuerdo una tarde, cuando regresábamos a casa después del colegio, en que nos dimos cuenta que Nieve corría asustada, cuando veía al vecino. Como si hubiera visto al diablo.

Ayer tocaron con insistencia el timbre. Mi mamá abrió la puerta y Nieve se escapó. Por atender al mensajero, no pudo atraparla y se olvido de ella. Al poco rato, regresó mojada de la cabeza a la cola, como si hubiera jugado carnavales.

Ese detalle, ya ni me extraña. Un día que salía a botar la basura me asuste al encontrar en el jardín trozos de pescado con un olor raro. Justo ayer, mi hermano vio al vecino dejar carne muy temprano y me llamó despacito y me dijo en secreto lo que pensaba. Entonces por precaución con un palito de ramas secas empecé a mover la carne y dentro encontré vidrio molido. ¡Qué malo es mi vecino! ¡Quiere matar a mi gata! Sí es muy malo, porque tiene una cara de ogro y fuma como chimenea. Siempre nos mira mal y escupe como llama. Es un malcriado. Ya no le hago caso porque mamá dice que Diosito ve todo eso, y si tú haces mal a alguien, luego regresa con más fuerza a quien hizo el daño.

La vecina también le tenía cólera a mamá. Ayer cortaron el árbol que cuidaba con esmero, de él cayeron nidos ¡qué pena le causaron! Todo porque la susodicha decía que atraía ratas. No sólo eso, sus hijos arrancaban las flores, y arrojaban la basura en nuestro jardín. Si se trata de hacer daño, se volvían expertos. Ella es una bruja.



Por las noches, Nieve paseaba libre por los techos hasta el día siguiente. Y volvía a casa luego de haber vivido aventuras, misterio y sorpresas. A través de los años compartimos sus juegos, travesuras y su amistad.

Una fría mañana, Nieve entró tambaleante a casa y vomitó en el piso de la sala una nauseabunda mezcla de alimentos. Temblaba y sus orejas ardían como un volcán. ¡Estaba envenenada!

Sin saber que hacer, mamá se paseaba de un lado a otro preguntándose en voz alta ¿Qué le doy? Mi hermano, viéndola nerviosa con voz fuerte dijo:

-¡Llévenla a la veterinaria!

Así lo hicimos. Y la habíamos salvado. Sin embargo, cuando volvió, no era la de siempre. Con los ojos inflamados, sus lentos y torpes movimientos la convertían en un títere herido. Permanecía acostada casi todo el día. Varios días duró su recuperación. A pesar de su debilidad, nos reconocía y deslizaba una mirada suave, cálida que limpiaba nuestra alma, como diciendo: perdónenme, no es su culpa.

¿Quién diría que Nieve cambiaría tanto nuestras vidas? –reflexionó entonces Maruja, mientras iniciaba su jornada de madrugada y observaba el jardín.



Una densa neblina cubría Lima y parecía que quedaban atrás los malos recuerdos, cuando ocurrió una desgracia. Fue la madrugada más triste de agosto.

Mamá no quiso decirnos nada. Nosotros, al ver que Nieve no aparecía, algo sospechamos.


El cuerpo estaba allí. Nieve yacía en el jardín, acariciando el cielo con sus inmensos ojos. Al lado de la calle incierta donde se jugó la vida esquivando autos, perros vagabundos y la más absoluta indiferencia humana, ya no ronroneará más. Ya no irá de un lado a otro, buscando una mano amiga.

El destino reunió a Maruja y Nieve en el jardín, cerca de la calle donde se conocieron entre miradas dulces, por primera vez. La despedida fue como un resumen de sus vidas.


Dicen que los gatos son malagradecidos. Nosotros que la conocimos, sabemos que no es verdad.


Nieve ha sido un escudo contra la envidia nos trata de consolar mi hermano. Pero, igual lloramos y un nudo en la garganta nos recuerda el sabor amargo de la muerte.

jueves, 30 de julio de 2009


EL ÁRBOL BRUJO

María Fajardo Torres
Fecha: 23-07-09


Este era un bosque verde y tupido, tan tupido que no dejaba entrar el sol. Los árboles de eucaliptos perfumaban el lugar y sentíamos su aroma como una caricia suave y traviesa. Las hormigas incansables trabajaban desde temprano. Mientras, algunas aves nos recibían con sus primeros cantos y las mariposas danzaban a nuestro alrededor. Pero, lo que más admiración nos causó fue el árbol Brujo, así llamábamos a este cómplice de nuestros juegos; que existía en lo hondo del bosque de las fantasías.

El árbol Brujo era gigantesco, sus raíces sobresalían como enormes garras y sus ramas largas parecían querer atraparnos. Algunos niños le tiraban piedras, en cambio otros se columpiaban, colgándose de sus ramas. Así pasábamos horas y horas siendo libres y felices. Sin importar el frío o el calor, siempre había un niño junto a Brujo o jugando a los piratas o cazando mounstros.

-¡Vamos a salvar el planeta!
-Sí, miren allá están las fieras voladoras.
-Al ataque amigos.
-Brujo, ayúdanos. ¡Escóndenos que nos pillan!

Al caer la tarde, nos poníamos a cantar alrededor del árbol:

Que baile Brujo, que baile Brujo,
lo queremos ver bailar,
jugar sin barreras
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.


Aunque no nos preocupábamos por el árbol Brujo y le causábamos dolor (jalando sus ramas, escribiendo en su tronco nuestros nombres), como un incondicional amigo siempre nos abría los brazos.

Creo que pensábamos que viviría por siempre. De repente, el árbol Brujo un día nos habló:

-Hijos, ¿por qué han tardado tanto? No ven lo triste que estoy. Miren, mis hermanos menores que quedan, también los arbustos, a todos nos están desapareciendo.
-Brujo, no te asustes, ya estamos aquí para defenderte –le contestamos en coro.

Nos miro preocupado y agregó:


-Voy a cumplir cien años. He visto a muchos niños como ustedes, que me han amado y por eso sigo vivo. Si bien sé que ustedes me necesitan, espero que cuando sean adultos no me olviden y permitan que otros niños tengan un espacio para vivir, soñar y amar.

Al llegar el verano comprobamos que varios árboles habían sido cortados. Sentimos las sierras mecánicas y corrimos hacia Brujo imaginando lo peor. No obstante, aún estaba allí. Firme y sereno, como un caballero sin armas. Una hoja marchita que cayó de una de sus ramas, nos pareció una lágrima. Miramos la tierra y contamos muchas, heridas en los gajos, con retoños aún por asomar.


En ese momento, nos miramos e hicimos una promesa: volver a verla cuando tengamos nuestra familia

La ciudad fue creciendo como nosotros. Poco a poco fuimos rodeados por construcciones, máquinas y gente extraña. El cemento se apoderaba de nuestro mundo pequeño, nuestro parque. Entonces, las máquinas empezaron su jornada de muerte: derribando árboles, matando nidos. El peligro estaba cerca y el árbol Brujo parecía resignado al olvido y a su triste final.


-Derriben ese árbol viejo. ¡Qué esperan!- señaló un día, con voz enérgica, el capataz de la obra.
-No, no hagan eso –musitó una vocecita. Era una vecina que vivió tanto tiempo como el árbol y no se cansaba de reclamar a los trabajadores:
-Hijo, ¡Qué daño te hace el árbol!
-Señora, tenemos órdenes de la municipalidad.

En ese momento los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas. Quizás empezó a recordar que de niña trepó un árbol en compañía de una vecina y en su adolescencia lo visitó con su pareja, cuando sintió por primera vez que el amor había llegado a su vida.

Aunque no lo crean, ella no fue la única en protestar. Los vecinos de toda la manzana se unieron y comenzaron a realizar marchas y vigilias portando pancartas y velas en las manos en defensa del árbol. Se corrió la voz y las autoridades llegaron al lugar.

Una larga lista de políticos y el propio alcalde desfilaron. Fotos y más fotos. Las sierras dejaron de chirriar y se acabo la destrucción, al menos por el momento.

Yo estaba allí con mis veintiocho años a cuestas, evocando nuestras aventuras, gozos y desventuras. Muchos de mis amigos se han mudado a otra ciudad, no se si se acordaran de la promesa que le hicimos. La algarabía y tanta gente me perturbo y me retire.

Al caer la tarde, volví al parque, quería hablarle a Brujo. Solo en el bosque de mi niñez le dije:

-Aquí estoy, quizá no me recuerdes, yo en cambio si mucho a ti. Han pasado muchos años. Recuerdas que yo estuve muy enfermo y fuiste tú mi salvación, quien me dio ganas de vivir. Quiero contarte que muy pronto me caso y quiero que mis hijos jueguen contigo.

Después de confesarle mi felicidad, lo observe con ternura y recordé nuestra canción:

Que baile Brujo, que baile Brujo,
lo queremos ver bailar,
jugar sin barreras
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.


Ahora una ronda de rejas protege el árbol brujo, aunque no falta un niño en busca de brazos amorosos que pasa por alto este obstáculo y se mece libre en sus ramas.























(Inspirado en el ejercicio propuesto por Cucha del Águila en el taller de narración de cuentos de la Feria del Libro Ricardo Palma, el 6 de diciembre del 2007).

sábado, 11 de julio de 2009


EL ÁRBOL BRUJO

María Fajardo Torres
Fecha: 04-07-09

Hace mucho tiempo existía un bosque verde y tupido, donde no entraba el sol. Los árboles de eucaliptos perfumaban el lugar y sentíamos su aroma como una caricia suave y traviesa. Las hormigas trabajaban incansables desde temprano. Mientras, algunas aves nos recibían con sus primeros cantos y las mariposas danzaban a nuestro alrededor. Pero, lo que más admiración nos causó fue el árbol Brujo, así llamábamos a este cómplice de nuestros juegos; que existía en lo hondo del bosque de las fantasías.

El árbol Brujo era gigantesco, sus raíces sobresalían como enormes garfios y sus ramas largas parecían querer atraparnos. Algunos niños le tiraban piedras y otros se columpiaban de sus ramas. Así pasábamos horas y horas siendo libres y felices. Sin importar el frío o el calor, siempre había un niño que quería sentir su afecto o jugar. Convertirse en piratas u otras veces cazadores de mounstros.


-¡Vamos a salvar el planeta!
-Sí, miren allá están las fieras voladoras.
-Al ataque amigos.
-Bruja, ayúdanos.

También nos poníamos a cantar con ella:

Que baile Bruja, que baile Bruja,
la queremos ver bailar,
jugar con ella,
volar por los aires,
juntos soñando sin parar.

Aunque no nos preocupábamos por el árbol Brujo y le causábamos dolor, como un incondicional amigo nos abría los brazos.


Creo que pensábamos que viviría por siempre. De repente, un día nos habló así:

-Hijos, ¿por qué han tardado tanto? No ven lo triste que estoy. Miren, mis hermanos están desapareciendo.
-Bruja, no te asustes, ya estamos aquí –le contestamos en coro.

Nos miro preocupado y agregó:

-Voy a cumplir cien años. He visto a muchos niños como ustedes, que me han amado y por eso sigo vivo. Si bien sé que ustedes me necesitan, espero que cuando sean adultos no me olviden y permitan que otros niños tengan un lugar para vivir, soñar y jugar sin límites.

Al llegar el verano, varios árboles habían sido cortados. Sentimos las máquinas y corrimos hacia el árbol Brujo imaginando lo peor. Aun estaba allí. Firme y sereno, como un caballero sin armas. Sus penas como hojas marchitas caían lentas y nos rodeaban, cual lluvia infinita.


En ese momento, nos miramos e hicimos una promesa.


La ciudad fue creciendo como nosotros. Poco a poco fuimos rodeados por construcciones, máquinas y gente extraña. El cemento iba penetrando nuestro mundo pequeño. Entonces, las máquinas empezaron su jornada de muerte: derribando árboles, matando nidos. El peligro estaba cerca y el árbol Brujo parecía resignarse al olvido y a su triste final.

-Derriben ese árbol viejo. ¡Qué esperan!-señaló con voz enérgica el capataz.
-No, no hagan eso –musitó una vocecita. Era una vecina que vivió tanto tiempo como el árbol y no se cansaba de reclamar a los trabajadores.
-Hijo, ¡Qué daño te hace el árbol!
-Señora, tenemos órdenes.

Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas. Quizás empezó a recordar que de niña no le importó treparse con su vecina al árbol amigo o que cuando se enamoro por primera vez, dio un paseo con su amado alrededor de él.


Aunque no lo crean, ella no fue la única en protestar. Los vecinos de toda la manzana realizaron marchas y vigilias. Las autoridades llegaron al lugar. Una larga lista de candidatos a la presidencia, congresistas y el propio alcalde, desfilaron. Fotos, titulares y ofrecimientos. Las máquinas se detuvieron y se acabó la destrucción por el momento.

Yo estaba allí, imaginando nuestras aventuras, gozos y desventuras. Muchos de mis amigos se han mudado a otra ciudad. No se si se acordaran de la promesa que le hicimos.

Brujo: aquí estoy -le dije. Han pasado muchos años y nos hemos vuelto a reunir. Después del bullicio, me quede solo en el bosque donde había espacio para la vida, los sueños y el amor.

Ahora una ronda de rejas protege el árbol bruja, pero no falta un niño que se trepa y se mece libre en sus ramas.



(Inspirado en el ejercicio propuesto por Cucha del Águila en el taller de narración de cuentos de la Feria del Libro Ricardo Palma, el 6 de diciembre del 2007).


sábado, 13 de junio de 2009

Amo los cuentos


Me gusta contar cuentos, creo que mi mamá tiene mucho que ver en esta afición. Ella nos contaba historias de su tierra, el Cusco, por eso nuestra imaginación volaba imaginando a los condenados, la otra vida, los sapos que hablan, etc. que si bien nos asustan en un comienzo, después nos motivaron a que nos siga contando más historias.

Me hago llamar María la cuenta cuentos. Fui abuelita narradora de cuentos en parques de mi distrito, Pueblo Libre. Luego llegué hasta Pisco, en el distrito de Tupac Amaru Inca, allí si pude ser yo misma y contar historias que me emocionan, me causan alegría, tristeza, nostalgia, entre otras emociones que me gusta tranmistir.

Te invito a compartir estas historias y que las palabras sean nuestras aliadas. Que la fuerza te acompañe.

Las emociones de un año que se va