María Fajardo Torres
Érase una vez, tres chanchitos que
hacían travesuras y molestaban a quien se cruce en su camino.
Un día el lobo vio como un chanchito arrancaba
paja desde la raíz y le pidió que no lo haga, pero este solo se burló y le sacó
la lengua.
Al poco rato, un chanchito mediano empezó a
cortar un árbol de cien años, el lobo le pidió que no lo haga, mas este no le
hizo caso, respondió con una mueca y siguió su camino.
Después, un chanchito de más edad que los otros
anteriores, empezó a destruir una fortaleza de una civilización antigua. El
lobo quiso detenerlo, pero el chanchito mayor le tiro una piedra que le hizo
desmayar y se fue llevando ladrillos.
El lobo no podía creer todo lo que había pasado
y decidió dialogar con los chanchitos. Para llegar a tiempo fue corriendo. Así
fue que llegó a la casa del chanchito pequeño y debido a que tenía gran agitación
soplo y soplo para relajarse y la casa de paja se derrumbó. El chanchito
pequeño salió corriendo.
El lobo lo siguió y llego a la casa del chanchito
mediano y ya no podía respirar y sopló y sopló y la casa de madera se destruyó.
Los dos chanchitos se escaparon y se dirigieron a la casa de su hermano mayor.
Al llegar a la casa del chancho mayor, el lobo
soplaba y soplaba, ya no podía más. Así que al ver que no le abrían la puerta,
decidió entrar por la chimenea.
Los chanchitos decidieron que lo recibirían de
una manera especial: colocaron una olla de agua caliente y cuando el lobo se
deslizó por la chimenea cayó en el agua.
El dolor y quemaduras lo hicieron dar terribles
alaridos y mostrar sus fauces a quienes encontraba a su paso. Los aullidos del
lobo se escucharon por el pueblo y la gente pensó que los venían a atacar.
Desde ese momento hasta ahora los lobos se
cazan sin piedad.
(Gracias a un taller de narración de Jorge Rodríguez
Mateo)