Memorias de una gallina

Memorias de una gallina

sábado, 29 de agosto de 2009


NIEVE
Autor: María Fajardo Torres
Fecha: 07.08.09

La pequeña estaba allí. En el jardín donde observé sus juegos, su andar. Sus ojos verdes, profundos, parecían perderse en el cielo. Después de todo ¿no era una criatura graciosa, bella y angelical?, así la vimos.

Cierto día ella llegó silenciosa a nosotros, envuelta en un halo de belleza y ternura. Sin nada, tras un largo camino que nadie supo donde empezó.

Desde el primer día, deambuló por las calles ante la indiferencia de la gente. De vez en cuando, alguien se detenía para darle caricias o palmadas; pero ella se dirigía de una persona a otra, con sus ojos inquietos, cambiando de acera o cruzando la pista, de una vereda a otra. Y a pesar de su corta edad lidiaba con perros grandes y callejeros. No descansaba. Algunas veces se ponía a jugar con algunos niños, pero los padres de éstos le cerraban las puertas. Ella continuaba su camino. Con destreza enfrentaba riesgos, corría libre, paciente a la espera de una familia. Pasaban los días y nadie le hizo caso. Cuando todo parecía perdido...

Maruja ya la había visto y apenada por esa situación, le dijo a su comadre:

- ¿Por qué la tratarán así?

La comadre contemplaba y movía la cabeza desaprobando, pero enmudecida como un poste. Un rato después preguntó:

-¿Por qué dices eso?

Maruja sonrió, avanzando hacia ella, la cargó y acariciándola dijo:

-¡Es una indefensa gatita!

En tono filosófico, Juana comentó:
-Arrojada a la calle por ser hembra.¡Qué frágil se ve!

-Ya no hablemos más de eso. Mira, la gatita parece que nos escuchara ¡Pobre! ¡Es tan chiquita! ¿Cuál será su suerte? -dijo Juana

En ese momento, Maruja y la pequeña cruzaban miradas de ternura. Obedeciendo a su instinto la gatita se acurrucó en los brazos de su nueva amiga y empezó a ronronear. Parecían madre e hija.

Las amigas se despidieron y Maruja apretó el paso para no arrepentirse pues donde ya comían cuatro, podía comer un felino más. Contempló su piel y le dijo:

-Te llamarás Nieve.

Maruja la instaló en una caja de cartón en una habitación cercana a la cocina; y le dio un plato de leche. Después, unos pedazos de pollo. Tenía tal hambre que devoró todo en un instante. Luego, la gatita se lamía y Nieve observaba el lugar. Mientras Maruja limpiaba el piso, Nieve ronroneaba. He aprendido a sobrevivir sin familia ¿Habré hecho bien en quedarme con esta señora o debería regresar a la calle? La casa parece como un almacén lleno de sillas, mesas, el refrigerador, las camas. Todo lleno, diferente a las calles espaciosas y frías donde caminaba libre, sin tropezarme con tantas cosas. Lo bueno: es que me alimentan y tratan bien. En la calle corría peligros, agresiones. Los autos me querían atropellar.

Maruja fue a despedirse. Nieve le lamió la mano y ella le acarició el lomo y la minina se dejó vencer por el cansancio. Recordó que desde chiquita fue separada de su mamá y hermanos y aprendió a defenderse sola. Esa noche soñó con una jauría de perros que la atacaban, hizo unos bufidos y despertó. Reconoció su nuevo hogar y volvió a quedarse dormida.



Durante los meses siguientes, Nieve dulce e inteligente, se comportó como una hábil cazadora, crecía y daba sorpresas.

-Mira mamá lo que ha traído Nieve.
-Pobre cuculí -dijo mamá.
-Parece que no le diéramos de comer -recalcó ella, sonriente.

Mientras mi hermano, con cara de pocos amigos corría tras ella y yo le decía:
-Déjala, déjala es cazadora por naturaleza.

Nuestra gata se escapaba veloz con su presa.

El otro día estaba jugando con escarabajos, yo los escondí para que no se enfadaran con ella mi mamá y hermano.

-¿Cómo? –preguntó alarmada mi hermana menor.
-No, no se lo come, sólo juega. Le da vueltas, lo mordisquea y se va ¿Quieres ver? Le propuse.
-Sí, sí, quiero ver.

Con mi hermana fuimos a la entrada de la casa, cerca del jardín. Allí los escarabajos boca arriba movían sus patitas. Con hojas de geranio los cubríamos para esconder los “tesoros” de nuestra gata. Así, mi inocente hermana y yo guardábamos el secreto.

Una y otra vez Nieve pasaba el tiempo atrapando insectos, ratones, cucarachas y aves. Cazar cuculíes su especialidad. Una vez la observé escondida en el jardín. Permanecía inmóvil un buen rato como una estatua, hasta que tenía a su víctima al alcance. Entonces, se movía ágil, ruda e inflexible en la lucha, saltaba si era preciso desde una rama del árbol. Se divertía manoteando al ave y atrapándolo entre sus patas. Luego de un rato lo comía.



Recuerdo una tarde, cuando regresábamos a casa después del colegio, en que nos dimos cuenta que Nieve corría asustada, cuando veía al vecino. Como si hubiera visto al diablo.

Ayer tocaron con insistencia el timbre. Mi mamá abrió la puerta y Nieve se escapó. Por atender al mensajero, no pudo atraparla y se olvido de ella. Al poco rato, regresó mojada de la cabeza a la cola, como si hubiera jugado carnavales.

Ese detalle, ya ni me extraña. Un día que salía a botar la basura me asuste al encontrar en el jardín trozos de pescado con un olor raro. Justo ayer, mi hermano vio al vecino dejar carne muy temprano y me llamó despacito y me dijo en secreto lo que pensaba. Entonces por precaución con un palito de ramas secas empecé a mover la carne y dentro encontré vidrio molido. ¡Qué malo es mi vecino! ¡Quiere matar a mi gata! Sí es muy malo, porque tiene una cara de ogro y fuma como chimenea. Siempre nos mira mal y escupe como llama. Es un malcriado. Ya no le hago caso porque mamá dice que Diosito ve todo eso, y si tú haces mal a alguien, luego regresa con más fuerza a quien hizo el daño.

La vecina también le tenía cólera a mamá. Ayer cortaron el árbol que cuidaba con esmero, de él cayeron nidos ¡qué pena le causaron! Todo porque la susodicha decía que atraía ratas. No sólo eso, sus hijos arrancaban las flores, y arrojaban la basura en nuestro jardín. Si se trata de hacer daño, se volvían expertos. Ella es una bruja.



Por las noches, Nieve paseaba libre por los techos hasta el día siguiente. Y volvía a casa luego de haber vivido aventuras, misterio y sorpresas. A través de los años compartimos sus juegos, travesuras y su amistad.

Una fría mañana, Nieve entró tambaleante a casa y vomitó en el piso de la sala una nauseabunda mezcla de alimentos. Temblaba y sus orejas ardían como un volcán. ¡Estaba envenenada!

Sin saber que hacer, mamá se paseaba de un lado a otro preguntándose en voz alta ¿Qué le doy? Mi hermano, viéndola nerviosa con voz fuerte dijo:

-¡Llévenla a la veterinaria!

Así lo hicimos. Y la habíamos salvado. Sin embargo, cuando volvió, no era la de siempre. Con los ojos inflamados, sus lentos y torpes movimientos la convertían en un títere herido. Permanecía acostada casi todo el día. Varios días duró su recuperación. A pesar de su debilidad, nos reconocía y deslizaba una mirada suave, cálida que limpiaba nuestra alma, como diciendo: perdónenme, no es su culpa.

¿Quién diría que Nieve cambiaría tanto nuestras vidas? –reflexionó entonces Maruja, mientras iniciaba su jornada de madrugada y observaba el jardín.



Una densa neblina cubría Lima y parecía que quedaban atrás los malos recuerdos, cuando ocurrió una desgracia. Fue la madrugada más triste de agosto.

Mamá no quiso decirnos nada. Nosotros, al ver que Nieve no aparecía, algo sospechamos.


El cuerpo estaba allí. Nieve yacía en el jardín, acariciando el cielo con sus inmensos ojos. Al lado de la calle incierta donde se jugó la vida esquivando autos, perros vagabundos y la más absoluta indiferencia humana, ya no ronroneará más. Ya no irá de un lado a otro, buscando una mano amiga.

El destino reunió a Maruja y Nieve en el jardín, cerca de la calle donde se conocieron entre miradas dulces, por primera vez. La despedida fue como un resumen de sus vidas.


Dicen que los gatos son malagradecidos. Nosotros que la conocimos, sabemos que no es verdad.


Nieve ha sido un escudo contra la envidia nos trata de consolar mi hermano. Pero, igual lloramos y un nudo en la garganta nos recuerda el sabor amargo de la muerte.

Las emociones de un año que se va